domingo, 22 de junio de 2014

Turandot - Acto III

A Turandot, de pequeñita, le habían regalado un libro titulado "Cómo ganarte el favor de tu pueblo en diez lecciones. Guía para princesas exóticas", pero lo que nadie sabía era que el libro era una estratagema occidental para hacerse con el comercio de gatos de esos que mueven la patita sin parar, con lo que todos los consejos que ofrecía iban de lo insensato a lo suicida. Bueno, pues justo hoy le ha dado a la criatura por desempolvar el volumen y poner en práctica alguna de las ideas que sugería, y la que más atractiva le parece (no olvidemos lo que le va a la princesita una sangre) es la de ordenar pena de muerte para muchísima gente. Así que, toda ufana, promulga la orden de que muera todo el mundo que sepa el nombre del príncipe y no lo desvele. Su papá el emperador no es que esté muy de acuerdo, pero la nena se pone ordinaria y le dice que se vaya a freír raíces de loto, así que efectivamente se proclama la orden, y los guardias recorren el decorado diciendo que nadie debe dormir en Pekín hasta que se averigüe el nombre. El príncipe aprovecha la ocasión para soltarnos por fin el Nessun dorma, y justo al final del aria es costumbre en todos los teatros cerrar las puertas a cal y canto, para que el público, una vez ha oído por fin lo que quería y a lo que ha venido a la función, no salga de estampida a organizar orgiásticas francachelas. Vamos, que tienen que aguantarse y quedarse sentaditos hasta que se acabe la ópera. 

Turandot - Acto II

El primer acto ha terminado en alto, con el príncipe dirigiéndose hacia el gong, y estamos todos en vilo por saber su destino. Bueno, pues menudo chasco nos llevamos cuando se alza el telón y aparecen nada menos que Pim Pam Pum, o como demonio se llamen los tres ministros absurdos esos que salieron en el primer acto, y se ponen a contarnos sus cuitas por causa de la cruel princesa, enumerando los pretendientes que ha tenido, y en resumidas cuentas, contándonos un montón de cosas que no nos interesan un pimiento ni a nosotros ni a nadie, que lo que queremos es ver si al príncipe le cortan la cabeza, y sobre todo si, dada su, digamos, errática disposición mental, notaríamos alguna diferencia en caso de que efectivamente se la cercenaran. Total, que a los ministros no les hace caso ni el director de la orquesta, que muchas veces ni se entera de que está allí. El público suele aprovechar este cuadro primero para ultimar detalles de transacciones comerciales, intercambiar recetas bajas en carbohidratos, y es bien sabido que muchos hijos de aficionados y aficionadas a la ópera han sido concebidos aprovechado el tostón de los ministros. Menos mal que les avisan de que hay un nuevo pretendiente, y se van corriendo para el palacio. 

Turandot - Acto I

Estamos en Pekín en el año Kat-ah-pung. Sabemos que estamos en tan remota fecha porque todo el mundo dice "Pekín" y no "Beijing", que solo lo dicen las modernas radicales de izquierdas, y qué van a pintar esas en la ópera, que es una cosa como muy de derechas de toda la vida. En fin, que estamos en Pekín, y porque no debía haber libre un sitio más lejos, porque el Japón ya lo tenía pillado la Chochosan, que si no, allí estaríamos. Y en la plaza de Pekín está congregada la Coral Pekinense, que hace de pueblo de Pekín, porque un mandarín imperial les va a hacer un anuncio (Io vengo a dar a ustedes una notizia). El anuncio es ni más ni menos el último capricho de la princesa, que ha decidido que le sale del kimoño casarse únicamente con un príncipe que le conteste a tres acertijos, y que si no se los contesta, lo mata y se queda tan oreada. El pueblo se divide en tres corrientes de opinión: los que piensan que tal vez la princesa debería replantearse su estrategia a la hora de atraer pretendientes (Principessa solterissima per sempre), los que opinan que la princesa está como un cencerro (Principessa stupidissima per sempre), y los que opinan que a buenas horas dejan ellos los rollitos de primavera a medio freír si saben que el anuncio es semejante majadería (Principessa mellapella per sempre). La división se convierte en consenso cuando se hace el siguiente anuncio: el Príncipe de Persia ha fallado cuando estaba en el último nivel y va a ser ejecutado, por listo. A la ejecución acude toda la Coral, que son ciento y la madre, y además les han dado dos invitaciones a cada uno, con lo que en el escenario hay más gente que en El Corte Inglés el primer día de rebajas. 

Parsifal - Acto III

Volvemos a Montsalvat, pero ha pasado un montón de tiempo, y rápidamente vemos que todo está aún mucho más mugriento y cochambroso que en el primer acto, que ya es decir. Gurnemanz (Gumersindo Manríquez) aparece envejecido, porque insiste en su rutina cosmética con productos de bajo coste, y parece que tenga tres o cuatro años más de los que tiene. El anciano montsito oye unos gemidos y descubre a Kundry (Cunegunda, la Dry Martini) inconsciente detrás de la máquina de refrescos. Consigue revivirla haciéndole unas aspersiones con la manguera con la que limpian las duchas, pero ella solo es capaz de pronunciar una palabra en todo el acto: "servir", en la esperanza de que le sirvan un gintonic, pero menudas están las cosas en Montsalvat para sofisticaciones alcohólicas, llevan un montón de tiempo sin poder comprar bayas de enebro ni cardamomo, y en esas condiciones se han prohibido los gintonics, y los demás combinados se consideran casposos y de pésimo gusto, así que están fuera de cuestión. 

Parsifal - Acto II

Estamos ahora en Klingsor's Castle, el gimnasio rival que el malvado Klingsor (Críspulo Sorromostro) montó para hacer la competencia a Montsalvat. Y lo primero que escuchamos es al mismísimo Críspulo dando unos berridos capaces de despertar a un muerto. De hecho, eso es lo que está intentando hacer: despertar a Kundry (Cunegunda, la Dry Martini), que está arrebujada en el coqueto sofá del vestíbulo durmiendo una mona de campeonato. Resulta que la muchacha lleva una doble vida: cuando está en Montsalvat intenta ayudar a los montsitos y de paso bebe como una esponja, y cuando está en Klingsor's Castle está al servicio de Klingsor y de paso bebe más que Sue Ellen los viernes. Total, que Klingsor tiene que emplearse a fondo para despertar a la criaturita, y la llama de todo menos soprano, claro. Le grita que es más mala que el sebo, le dice que es la encarnación universal de la maldad, pero la otra, como quien oye llover, y cuando por fin abre el ojo, encima se cachondea del pobre Críspulo, burlándose del lamentable estado de sus genitales. El malvadísimo Klingsor se harta de tonterías y le recuerda que está en su poder, porque él es el único que ha conseguido sobornar al distribuidor de Larios para que le suministre en cantidades suficientes el elixir que la pobre desventurada consume como quien bebe agua del grifo. 

Parsifal - Acto I

Nos encontramos en Montsalvat, un gimnasio situado en un polígono en el extrarradio de una gran ciudad, una gran ciudad como otra cualquiera, con sus conflictos humanos y sus miserias. Y sus macarras, que es básicamente lo que llena el gimnasio, como ya nos podíamos imaginar. Aquí no hay clases de eurostep ni de chochizumba ni de cosas de esas de marujas y amanerados sarasas: es el reino de la testosterona, de la cadena de oro, del slip abanderado y del olor a hombre. Y del chandal blanco, porque además de macarras son místicos, menuda combinación. Visten siempre de blanco más o menos inmaculado, porque tampoco es que sientan  lo que se dice pasión por el agua ni por el jabón. Se consideran a sí mismos los depositarios de una sabiduría milenaria porque son los guardianes del Santísimo Recopón Bendito, que es una reproducción enorme del as de copas de la baraja de honor que obtuvieron en propiedad tras haber ganado cuatro años consecutivos el campeonato de tute cabrón de la Asociación de Gimnasios Mugrientos del Extrarradio Marginal. En realidad poseen toda la baraja, pero el As de copas tiene un significado especial, porque les recuerda la mítica francachela que se corrieron tras ganar el torneo, y de hecho, una vez al año, en el aniversario de tan magno acontecimiento lo llenan varias veces de calimocho y caen en un estado de contemplación mística del que tardan días en recuperarse. 

viernes, 20 de junio de 2014

Aída - Acto IV

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Amneris está chinchadísima porque su rival ha escapado. Nadie sabe dónde está Aída, así que todos suponen que está en Etiopía reinando como una posesa, y nadie lo entiende, porque Etiopía es el país más aburrido del mundo y nadie en su sano juicio querría vivir allí, pero de momento en Egipto tienen sus propios problemas. El descontrol reina en el imperio, ha habido una serie de plagas a cual más desagradable, y el pueblo, indignado por la inacción de los faraones y los sacerdotes, ha caído en masa en el hipsterismo, dejándose crecer barbas absurdas y escuchando músicas aborrecibles a todas las horas del día. Menos mal que llega una nueva plaga, esta vez de langostas, se ponen todos hasta las trancas, se intoxican por la mayonesa, que estaba en mal estado, se les pasa la tontería y vuelven todos a ponerse de perfil como si nada. Todo esto no sale en la ópera, pero es un contexto que siempre conviene saber para conocer las motivaciones ocultas de los personajes. 

Aída - Acto III

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Templo de Isis. Todos rezan. Es la víspera del matrimonio entre Amneris y Radamés, y todos rezan. Amneris, en concreto, tiene un plan de oraciones súper detallado que le han prescrito en la Corporación Niloestética como último recurso, después de haberla embadurnado con los barros más repulsivos y haber probado con ella los tratamientos más avanzados, y tras haber rechazado el plan de una esteticienne especialmente rumbosa, que proponía embalsamarla en vida. Así que Amneris reza con un fervor que ya quisieran para sí muchas beatas de toda la vida, a ver si Isis tiene a bien transformarla en una belleza que sea deseada por Radamés, porque la chica no se engaña, y sabe bien que aunque se case con ella, la que le pone es Aída, su rival, su esclava, lo peor. 

Aída - Acto II

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Estamos en los aposentos de Amneris, donde se está celebrando la victoria de Radamés, de lo que se deducen dos cosas: que Radamés ha vencido a los etíopes y que nos hemos ahorrado la escena de la batalla, por lo que el público está encantado. La que no está tan encantada es Amneris, no porque no se alegre de la victoria egipcia, que a ella a patriota no la gana nadie, sino porque no se le cuece el pan hasta que averigüe definitivamente si entre Aída y Radamés hay algo más que caiditas de ojos. Pero mientras soluciona el misterio, se entretiene con cancioncitas y bailes típicos, que siempre hacen mono y crean un ambientazo bárbaro.

Aída - Acto I

Juan Ignacio María Nepomuceno de las Santísimas Chorras Colgantes era un príncipe etíope que desde su más tierna juventud decidió explorar su sexualidad sin prejuicios ni tapujos (ni taparrabos, ya de paso), y pronto descubrió que él lo que quería era ser sumisa transgénero. Como lo de la operación de reasignación sexual en la antigüedad era un tanto gore, acabó conformándose con ser travesti, pero lo de la sumisión era algo irrenunciable para él. Bueno, para ella. Claro, la corte Etíope no es que fuera el entorno más abierto que digamos para que un príncipe se convirtiera en esclava y anduviera todo el día de rodillas, así que aprovechó que su país estaba en guerra con Egipto, se cambió de nombre, se pintó la raya del ojo, se hizo la capturada y se plantó en la capital del Nilo dispuesta a vivir una vida de esclavitud y entrega, llena de torturas y humillaciones, porque había leído en el número de febrero de "Sumisas de la Antigüedad" que en Egipto se llevaba el sadismo más extremo con los esclavos. Su sueño era que un fornido capitán de la guardia la comprase en el mercado y la utilizase para todo tipo de perversiones, a cuál más humillante y dolorosa. 

miércoles, 18 de junio de 2014

Orfeo y Eurídice - Acto III

Cambiamos de acto, pero todo sigue más o menos igual: Orfeo corre que se las pela arrastrando a Eurídice hacia el mundo de los vivos, pero la ninfa, que al principio estaba encantada de ver a su Orfeo, empieza a estar un poco mosca porque el susodicho ni la mira. Y esto Eurídice lo lleva fatal, claro, a ver si tanto número en los infiernos y tanta pose como de espíritu angelical para que ahora el mítico pastor ignore olímpicamente, nunca mejor dicho, sus encantos y se limite a correr como un enloquecido sin dedicarle un triste piropo al peinado tan ideal que se ha hecho para el reencuentro, con bien de rizos y guedejas colgantes. Al principio ella se pone un poco en plan bobo, pone morritos y hace una caidita de ojos, pensando que con eso conquistará de nuevo la pasión pastoril del gallardo mozo, bendita inocencia la suya. Además, la ninfa no quiere admitir que ya está echando de menos ciertos deleitosos juegos en los que entretenía el tiempo en los Campos Elíseos, que solía compartir con un grupito de recias espíritus benditas que le habían abierto la mente y otras secciones de su anatomía a goces hasta entonces desconocidos para ella. Total, que llega un momento en que se deja de caídas de ojos y de pamplinas y recurre a la universal puesta en jarras y a cantarle a Orfeo las cuarenta, diciéndole que a ver qué pasa, que para estas carreras no deja una un paraíso así por las buenas, y que si ya no siente nada por ella (pobre) es mejor que se sienten y los dos expresen sus sentimientos de manera franca y abierta. 

Orfeo y Eurídice - Acto II

Orfeo emprende el camino hacia los infiernos, y tras pasar dos horas en el control de pasaportes, porque el Hades no es territorio Schengen, lo primero que se encuentra es el coro de las Furias. Las Furias son un antiguo grupo de girl scouts con un gran entusiasmo por la vida natural. Pero el primer día que iban a salir al bosque su recia monitora se intoxica con una almeja en mal estado y no puede acompañarlas, por lo que las manda solas al bosque a explorar. Y las chicas se lo toman al pie de la letra y se van al bosque y empiezan a explorarse con un entusiasmo encomiable. Exploraciones biunívocas, recíprocas, conmutativas y asociativas de todo tipo, que resultaron enormemente placenteras, hasta el punto de las inocentes y angelicales mozuelas se transforman en desvergonzadas bestias en busca del placer más depravado. Una panda de locas de muchísimo cuidado, vamos, y además, por pendones, con una maldición encima: están condenadas a vagar por toda la eternidad por los infiernos intentando vender sus galletitas, pero nadie se las compra nunca porque no están hechas con ingredientes orgánicos y las cajas son de materiales no sostenibles ni reciclables. De manera que cuando se encuentran a Orfeo y le ofrecen las dichosas galletitas, el pastor, que lleva sin comer carbohidratos desde el mesolítico anterior, les dice que dónde van con esas galletitas, que están más pasadas de moda que las columnas jónicas, y les sugiere un cambio de orientación en el negocio cambiando galletitas por cupcakes de variados y exóticos sabores. Las Furias, que hay que recordar que están locas y malditas, se lo toman fatal, y amenazan con convertir a Orfeo en el nuevo ingrediente sorpresa de sus dulces, así que el mozo ya sabe lo que le toca: cancioncita de acentos tristes hasta que las extraviadas chiquillas caen al suelo primero con convulsiones para luego entrar en un estado de relajación alfa, permitiendo así a nuestro héroe continuar su viaje. 

Orfeo y Eurídice - Acto I

Ésta es una de esas óperas que debería empezar con un personaje cantando un aria de quince minutos contando todos los antecedentes, porque lo cierto es que al abrirse el telón ya ha ocurrido la mitad de la historia. Para resumirlo todo un poco, Orfeo es un pastor ideal de la muerte que no ha visto una oveja en su vida y que es más aficionado al postureo que al pastoreo. Constantemente monta fiestas con sus amiguitos pastores, con mucho revoloteo de capitas y mucho leotardo ajustado, y en todas ellas deleita a propios y extraños con las maravillosas canciones que canta acompañándose de la pastoril lira. Hasta los animales del bosque se quedan embobados escuchándole. Vamos, que aburre hasta a las ovejas, y eso que no hay ninguna por los alrededores. 

domingo, 15 de junio de 2014

Carmen - Acto IV

En el cuarto y último acto volvemos a Sevilla. Es tarde de toros y asistimos a una encantadora escena costumbrista con niños, soldados, putarracas, toreros, vendedores, es decir todo lo que llevamos viendo desde el acto primero, pero todo a la vez, que siempre hace más mono. Carmen está en Sevilla para ver a Escamillo, que para sorpresa de propios y extraños se ha convertido en su nuevo amante. Pero las putarracas amigas suyas le avisan de que les ha parecido ver a Don José escondido. Y, en efecto, allí está. Acaba de volver de Pamplona tras la muerte de su madre, y no es que por una vez Micaela hubiera acertado con sus visiones. La madre de Don José estaba como una rosa de pitiminí, pero en cuanto vio a su militar retoño entrar por la puerta de la casa, se le cruzó el cinco por ocho del zortzico y no volvió a levantar cabeza. Para aliviar sus sufrimientos hubo que recurrir a la eutanasia pasiva, a la activa y a la perifrástica, pero al final Don José, deshecho en llanto, enterró a la pobrecilla, y de paso consiguió por fin dar esquinazo a Micaela, que le tenía la cabeza loca con sus mentecateces.  Como creo que ya hemos mencionado en alguna ocasión, Don José es tonto de remate, así que en vez de aprovechar para irse a tomar las aguas a algún elegante balneario para reponerse, lo que hace es irse corriendo a Sevilla a comprobar si Carmen le engaña o no con el torero, aunque para averiguar eso no hacía falta irse hasta el Guadalquivir, porque hasta en Groenlandia saben que Carmen le ha puesto unos cuernos del tamaño de la Giralda.

Carmen - Acto III

El tercer acto se desarrolla en la guarida de los contrabandistas, situada en un lugar remoto y oculto en la sierra agreste y montaraz. Ha pasado un cierto tiempo, y los dos protagonistas están hasta el gorro el uno del otro: Carmen, pasados los tres días de media que le duran los enamoramientos, ya solo ve en Don José lo mismo que los demás, es decir, que tiene un encefalograma más plano que una zapatilla de esparto. Don José, por su parte, pese a lo débil de su conexión con la realidad, se da cuenta de que el peso que lleva días notando en la frente no es una migraña, sino los cuernos que Carmen le está empezando a poner hasta con el encargado del guardarropa, al que todos hasta entonces conocían como "La Moderna". Toda la banda de contrabandistas y meretrices está a su vez hasta el gorro de las tontunas de la pareja, y en estos y otros amorosos coloquios pasan alegremente los días en el remoto refugio. Carmen quiere consultar al destino, así que llama al canal de Televidencia, donde Sheherazade Gonzaless, tras consultar el tarot de los ángeles, le dice que le ve un futuro muy prometedor en el campo de la ingeniería de telecomunicaciones, y que un señor moreno, alto y apuesto le hará tres churumbeles como tres soles. Carmen, que es muy larga, no se queda en la superficialidad de las palabras de la videnta, sino que interpreta semejantes augurios como un anuncio de que su muerte está cerca, pero sigue haciendo lo que le sale de sus morenas partes. 

Carmen - Acto II

El acto segundo cambia radicalmente, y nos encontramos con que todo el protagonismo recae en una ONG dedicada a dar tratamiento a niños que han sufrido acoso en la escuela. El sujeto por el que se interesan es un caso realmente difícil: un sevillano de pura cepa, cuyos padres, que se creían en la cresta de la onda, no tuvieron otra ocurrencia que ponerle de nombre de pila "Lilas". Con dos eles, que eran ellos muy afrancesados, pero Lilas, al fin y al cabo, y Pastia de apellido, con lo que a la criatura en el colegio no es que le pegaran sus compañeros de vez en cuando, es que los turnos de las palizas venían ya en la Programación General Anual del centro y pasaban por el Consejo Escolar y todo. La ONG había establecido un plan de actuación de urgencia con el chaval, que incluía retirarle la custodia a los padres, y montarle un negocio al nene, que ya estaba crecidito, para intentar que comiera caliente de vez en cuando. El bueno de Lilas pidió que le ayudaran a abrir una enoteca / gastrobar, pero en la ONG, que en realidad era una tapadera del presidente del Sevilla para blanquear dinero procedente del tráfico de costaleros, le dijeron que lo único que les quedaba era el kit de taberna inmunda de putas y contrabandistas, así que el lila de Lilas (perdón, Lillas) tuvo que conformarse. Lo cierto es que el negocio no le va nada mal, pues lo encontramos lleno de los dos tipos de parroquianos que constituyen su target, es decir, putas y contrabandistas, completando el aforo los militares del regimiento del pobre Don José, que van allí a ahogar en alcohol sus escasos ratos de ocio. Ni que decir tiene que Carmen es el alma del local, enloqueciendo hasta el delirio y sin remedio a todos los hombres que pasan por la taberna, excepto a los contrabandistas, que están muy metidos en sus chanchullos para prestar atención al grupo que forman Carmen y dos amigas, que se están preparando en secreto para abandonar el mundo del vicio y presentarse a los castings de La Voz. En estas y otras milongas andan todos, incluyendo al superior de Don José, que frecuenta la taberna con la intención de frecuentar ciertas partes de la anatomía de Carmen, que se niega a pasar por la cama si el capitán no pasa antes por caja. Don José, a todo esto, lleva varios meses en un oscuro y húmedo calabozo en el que no halla más compañía que la de una avecilla que le cantaba al albor ni más consuelo que pensar día y noche en su adorada Carmen, de ensortijados cabellos negros como la pez. 

Carmen - Acto I

Esta es la historia de un niño que nació en un soleado día de primavera en Pamplona. Su madre, que era muy rumbosa, le puso por nombre Don José, convencida de el bebito llegaría a hacer grandes cosas en la vida. A los tres días estaba completamente desengañada, porque en seguida se dio cuenta de que el adorable chiquillo era más tonto que una mata de habas, así que apretó los dientes y aguantó como pudo hasta que el nene tuvo edad de merecer, lo apuntó a la Guardia Civil, lo empaquetó lo mejor que supo y lo mandó por SEUR a Sevilla, con la idea de que la Benemérita y la madre patria, en orden a elegir, le aguantaran las tontunas al angelito.