domingo, 29 de enero de 2017

Rigoletto - Acto I / Escena II

Para leer la primera escena del Acto I, pulsa aquí

Comienza la segunda escena, y menos mal, porque ya era hora de que pasara algo realmente interesante; en la primera mucha fiestecita y mucha maldición, pero de sustancia, nada de nada. Y además, menos mal que empieza la segunda escena  porque por fin vamos a comprender cuál es el verdadero drama de Rigoletto.

viernes, 20 de enero de 2017

Rigoletto - Acto I / Escena I

La ópera comienza en el palacio del duque de Mantua, en el que se está celebrando una fiesta de temática maximalista / minimalista: la lista de invitados es máxima y la inteligencia de los mismos es mínima. Todo es un puro derroche de lujo y esplendor, y los cortesanos participantes se entregan con entusiasmo a los más decadentes y agotadores placeres. Todos merecen ser esterilizados, pero como son personajes de ópera la cosa no es tan sangrante, porque a ver dónde se ha visto un personaje de ópera al que no quisiéramos estrangular por una u otra razón. Bien, pues en la mencionada fiesta no se salvaría ni uno, empezando por el anfitrión, el duque. Para empezar, es tenor, lo que ya es señal de alarma: todo el mundo sabe que no hay uno bueno. Y éste es particularmente asesinable, porque resulta que lleva una doble vida: frente a sus cortesanos se comporta como un ser amoral y despreocupado, todo el día cantando cabalettas a cuál más desagradable y proclamando sin cesar su gusto por los siete pecados capitales, que afirma practicar sin descanso. En realidad se trata del típico caso de sobrecompensación psicológica, ya que el duquesito en realidad lo que es es un meapilas de concurso, y se pasaría el día de capillita en capillita, rezando rosarios, triduos y novenas sin parar y proclamando sin cesar el evangelio, la castidad y el apocalipsis, conceptos por cierto que confunde con cierta frecuencia. Pero como en Mantua la religiosidad está súper pasada de moda, el duque, que quiere seguir siendo duque por encima de todo (y de todos, ya de paso), sobrecompensa como un enloquecido con esa vida disoluta de pecado que a la vez le llena de remordimientos que le impulsan a cometer nuevos y más execrables excesos, y así hasta el hartazgo, lo que en el mundo operístico equivale a unas cinco horas y media. Lo dicho, un cuadro.


El duque, sobrecompensadísimo.