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Estamos ahora en un salón en la Torre del Risco del Lobo, que viene a ser la casa familiar de Edgardo, que no podía vivir en Villa Maripili, claro. Todo está manga por hombro, y se ve a la legua que la ruina se ha abatido sobre la familia como una siniestra ave carroñera sobre el cadáver de algún adorable cervatillo. O cabritillo. Para acabar de animar la cosa, hay una tormenta que no se la salta un tenor, y de hecho, vemos a Edgardo, que está retorciéndose las manos y poniendo caras de protagonista de ópera al pensar en los terribles acontecimientos de la noche, cuando, entre los zambombazos que da la orquesta para simular la tormenta, le parece oír un caballo que se acerca, lo que implica que un caballero se acerca con él, claro.