lunes, 24 de abril de 2017

Rigoletto - Acto III


El tercer acto de Rigoletto empieza, aunque no se lo crean ustedes, con personajes de ópera diciendo (bueno, cantando) insensateces, que es algo que jamás se ha visto en una ópera y provoca el más profundo de los estupores en cualquier persona de bien que (casi siempre por accidente y en contra de su voluntad) se vea expuesta a las andanzas del bufón y su saladísima chiquilla. Porque son ellos los que aparecen en escena manteniendo un diálogo de besugos o de soprano y barítono, valga la redundancia. Para resumirlo, la chica con nombre de banderilla sigue enamorada hasta las trancas del duque, y su papuchi (el de la chica, no el del duque) está hasta la chepa de la criaturita y quiere convencerla de que el duque es más malo que el sebo. Y para ello lleva a su hija nada menos que a la casa de Sparafucile, el emprendedor aquel al que habíamos visto en actos anteriores publicitándose para asesinatos y secuestros como quien anuncia que cuida niños por horas.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Rigoletto - Acto II

Para leer la primera escena del Acto I, pulsa aquí/ Para leer la segunda escena del Acto I, pulsa aquí.
El segundo acto empieza un rato después, en palacio, donde el duque está teniendo un ataque agudo de flashback. El noble tenor, cuya conexión con la realidad (la realidad operística, no se me asusten) nunca ha sido muy fuerte, se había puesto contentísimo porque había confundido flashback con playback y pensó (es un decir) que le venía un ratito de mover los labios sin tener que gastar su privilegiada voz, y para cuando se enteró de que era justo lo contrario, y que nos tenía que contar que Gilda había sido secuestrada, cosa que ya sabíamos, y lo que es más importante, por qué demonios lo sabe él, que se había ido justo antes del rapto, era demasiado tarde para echarse atrás. En resumidas cuentas, un tenor que se pasa un cuarto de hora contándonos algo que ya sabemos: si esto no es la esencia de la ópera, ya me dirán ustedes qué puñetas es la esencia de la ópera. 

Un duque, una epifanía


domingo, 29 de enero de 2017

Rigoletto - Acto I / Escena II

Para leer la primera escena del Acto I, pulsa aquí

Comienza la segunda escena, y menos mal, porque ya era hora de que pasara algo realmente interesante; en la primera mucha fiestecita y mucha maldición, pero de sustancia, nada de nada. Y además, menos mal que empieza la segunda escena  porque por fin vamos a comprender cuál es el verdadero drama de Rigoletto.

viernes, 20 de enero de 2017

Rigoletto - Acto I / Escena I

La ópera comienza en el palacio del duque de Mantua, en el que se está celebrando una fiesta de temática maximalista / minimalista: la lista de invitados es máxima y la inteligencia de los mismos es mínima. Todo es un puro derroche de lujo y esplendor, y los cortesanos participantes se entregan con entusiasmo a los más decadentes y agotadores placeres. Todos merecen ser esterilizados, pero como son personajes de ópera la cosa no es tan sangrante, porque a ver dónde se ha visto un personaje de ópera al que no quisiéramos estrangular por una u otra razón. Bien, pues en la mencionada fiesta no se salvaría ni uno, empezando por el anfitrión, el duque. Para empezar, es tenor, lo que ya es señal de alarma: todo el mundo sabe que no hay uno bueno. Y éste es particularmente asesinable, porque resulta que lleva una doble vida: frente a sus cortesanos se comporta como un ser amoral y despreocupado, todo el día cantando cabalettas a cuál más desagradable y proclamando sin cesar su gusto por los siete pecados capitales, que afirma practicar sin descanso. En realidad se trata del típico caso de sobrecompensación psicológica, ya que el duquesito en realidad lo que es es un meapilas de concurso, y se pasaría el día de capillita en capillita, rezando rosarios, triduos y novenas sin parar y proclamando sin cesar el evangelio, la castidad y el apocalipsis, conceptos por cierto que confunde con cierta frecuencia. Pero como en Mantua la religiosidad está súper pasada de moda, el duque, que quiere seguir siendo duque por encima de todo (y de todos, ya de paso), sobrecompensa como un enloquecido con esa vida disoluta de pecado que a la vez le llena de remordimientos que le impulsan a cometer nuevos y más execrables excesos, y así hasta el hartazgo, lo que en el mundo operístico equivale a unas cinco horas y media. Lo dicho, un cuadro.


El duque, sobrecompensadísimo.

domingo, 10 de mayo de 2015

Norma - Acto II

Para leer el primer acto de Norma, pulsa aquí.

Norma se ha pasado el entreacto rumiando sus desdichas en vez de tomarse un ansiolítico, que mejor le iría. Y claro, se alza el telón y está consumidita viva por el rencor y el ansia de venganza. Estamos en su morada, donde duermen sus niños, que no se coscan de nada porque acaban de llegar de un after puestos hasta las trancas de sustancias diversas. Y Norma, que no deja de ser una hacendosa mujercita de su casa, se ha ido a la cocina con la intención de prepararles un saludable y nutritivo desayuno, pero como hoy no tiene la cabeza ni casi nada en su sitio, lo que ha hecho es coger un cuchillo cebollero e irse para la habitación de los niños para velar su sueño. Allí la encontramos, pensando en la mejor forma de vengarse de Pollione, y por un momento se le ocurre matar a los niños, carne de su carne, sangre de su sangre, tejidos de sus tejidos, vamos, que son suyos, y con tan horrendo propósito levanta el cuchillo contra ellos, pero se detiene horrorizada. Horrorizada por su mentecatez, claro, pues de pronto se da cuenta de que la mejor venganza contra Pollione no es matar a sus hijos sino mandárselos a Roma a que vivan con él y le amarguen con sus tontunas. En realidad no era la primera vez en que los niños habían sido motivo de fricción entre ellos, pues cuando nacieron Norma se empeñó en que se llamasen Norma-tiva y Norma-derm. Menos mal que Pollione se puso como se tiene que poner un padre y gracias a eso los niños se llaman ahora Felatómano y Espermatriz y no cualquier nombre absurdo que le hubiese salido a mamá druida de vete a saber qué orificio corporal. Así que Norma llama a Clotilde, su sirvienta, y le manda que le traiga un expreso descafeinado con leche de soja desnatada fría en vaso bajo, y ya de paso, a Adalgisa para aprovechar el viaje. 

Norma, hecha un mar de dudas, velando el plácido sueño de sus hijos.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Norma - Acto I

Norma es una de esas sacerdotisas druidas que no soporta estar más de cinco minutos sin practicar un sacrificio humano. Pero como los sacrificios humanos últimamente están muy mal vistos, se desahoga teniendo una aventura secreta nada menos que con Pollione, que es el odiado procónsul romano. Resulta que los romanos han invadido la Galia, y claro, los galos están que trinan, y todo lo que quieren hacer es vengarse muchísimo del detestado invasor. Pero, para su desgracia, la encargada de leer los designios del dios Irminsul, que así entre nosotros tiene nombre de pomada para las hemorroides, es nada menos que la propia Norma, la suma sacerdotisa.
Norma, hartita de no encontrar nada de muérdago

domingo, 31 de agosto de 2014

Lucia di Lammermoor - Acto III

Para leer el segundo acto, pulsa aquí.
Para leer el primer acto, pulsa aquí.

Estamos ahora en un salón en la Torre del Risco del Lobo, que viene a ser la casa familiar de Edgardo, que no podía vivir en Villa Maripili, claro. Todo está manga por hombro, y se ve a la legua que la ruina se ha abatido sobre la familia como una siniestra ave carroñera sobre el cadáver de algún adorable cervatillo. O cabritillo. Para acabar de animar la cosa, hay una tormenta que no se la salta un tenor, y de hecho, vemos a Edgardo, que está retorciéndose las manos y poniendo caras de protagonista de ópera al pensar en los terribles acontecimientos de la noche, cuando, entre los zambombazos que da la orquesta para simular la tormenta, le parece oír un caballo que se acerca, lo que implica que un caballero se acerca con él, claro.