Orfeo emprende el camino hacia los infiernos, y tras pasar dos horas en el control de pasaportes, porque el Hades no es territorio Schengen, lo primero que se encuentra es el coro de las Furias. Las Furias son un antiguo grupo de girl scouts con un gran entusiasmo por la vida natural. Pero el primer día que iban a salir al bosque su recia monitora se intoxica con una almeja en mal estado y no puede acompañarlas, por lo que las manda solas al bosque a explorar. Y las chicas se lo toman al pie de la letra y se van al bosque y empiezan a explorarse con un entusiasmo encomiable. Exploraciones biunívocas, recíprocas, conmutativas y asociativas de todo tipo, que resultaron enormemente placenteras, hasta el punto de las inocentes y angelicales mozuelas se transforman en desvergonzadas bestias en busca del placer más depravado. Una panda de locas de muchísimo cuidado, vamos, y además, por pendones, con una maldición encima: están condenadas a vagar por toda la eternidad por los infiernos intentando vender sus galletitas, pero nadie se las compra nunca porque no están hechas con ingredientes orgánicos y las cajas son de materiales no sostenibles ni reciclables. De manera que cuando se encuentran a Orfeo y le ofrecen las dichosas galletitas, el pastor, que lleva sin comer carbohidratos desde el mesolítico anterior, les dice que dónde van con esas galletitas, que están más pasadas de moda que las columnas jónicas, y les sugiere un cambio de orientación en el negocio cambiando galletitas por cupcakes de variados y exóticos sabores. Las Furias, que hay que recordar que están locas y malditas, se lo toman fatal, y amenazan con convertir a Orfeo en el nuevo ingrediente sorpresa de sus dulces, así que el mozo ya sabe lo que le toca: cancioncita de acentos tristes hasta que las extraviadas chiquillas caen al suelo primero con convulsiones para luego entrar en un estado de relajación alfa, permitiendo así a nuestro héroe continuar su viaje.